Me estoy tomando este café y me sabe un poco como a los de la máquina de café que está en frente de la biblioteca de mi facultad. He tardado menos de lo que imaginaba en acostumbrarme a tener otro horario colgado en la pared y el bonometro junto al despertador; a tener en la cabeza las risas de personas que acabo de conocer, y me siento como si en cualquier momento fueran a empezar a dolerme los pies del cansancio acumulado de todos los conciertos vividos durante este año.
Decir que me he acostumbrado a vivir entre trenes sería mentir, es más apropiado decir que me he acostumbrado a vivir entre maletas -ahora mismo tengo una bajo mis pies- y entre desconocidos que llevan su vida recogida en unas pocas bolsas. A tener las manos llenas de callos y las uñas manchadas de grafito, el escritorio lleno de virutas de goma de borrar, y lápices por todas partes. A llevar siempre unos cascos puestos en las orejas y un bloc de dibujo en la mochila.
Espero no tener que echarte de menos, 2013.