Si no fuera porque soy un poco menos gilipollas que eso
creería que todo cuanto me rodea es fruto de una paranoia de algún Ente
aburrido en su dimensión y sin diosas a las que hacer gemir entre sudor y polvo
milenario.
¿Qué nos ha pasado, o mejor, qué nos dejó de pasar; cuándo
empezaron los silencios a ser tan incómodos, tan vacíos de significado? Por lo
general sólo me gustan dos tipos de silencio: los que preceden a un beso y los
que se llenan con una mirada, y jamás llegamos a tener ninguno de los dos. Me
gustaba cuando sin estar a mi lado me secabas las lágrimas con tus palabras
actuando de pañuelo. Me gustaban los mil y un planes que pasábamos horas
imaginando a sabiendas de que muchos de ellos jamás llegarían a cumplirse. Me
gustaba tu canción favorita, ahora tendré que pasarla al grupo de “canciones
prohibidas” junto a todas las demás; qué triste es privarse de la buena música,
¿verdad? Me gustaba cuando, sin previo aviso, tirabas de mi mano para empujarme
hacia ti y me abrazabas muy muy fuerte, como si no quisieras soltarme nunca, o
eso creía yo.
Nunca me ha gustado tu absurdo sentido del humor, pero ahora
creo que lo hecho en falta. Hecho, con h de héroe, con h de hernia, con h de
hecatombe.