Mentir es un arte. Pero no uno de esos tipos de arte
fácilmente apreciables, que te quedas mirando y sonríes. Es uno de esos artes
difíciles de captar a simple vista, difíciles de realizar y en que cuanto más
tardes en darte cuenta de que ha sido creada –la mentira- más éxito habrás
tenido.
Diez, cien, mil…, seguro que más. He dicho millones de
mentiras en esta vida, algunas necesarias, otras no tanto. A veces pienso en
qué haría si tuviera la oportunidad de retirar mis mentiras a cambio de decir
sólo verdades. Y pienso, pienso que no lo cambiaría, tal vez por miedo, tal vez
por cobardía, porque las verdades duelen.
Alguien dijo que no siempre es mejor saber la verdad, ahora
le creo, pero también creo que las mentiras no son necesarias para todo. Una
mentira no justifica otra, al igual que una verdad tampoco justifica otra; sólo
la verdad justifica una mentira.
Si lo entiendes es todo muy sencillo, como un juego de críos.
En este juego sólo jugaríamos nosotros dos, tú contra mí, tú conmigo.
Es un juego algo particular, puesto que no hay ganador; si
tú ganas yo gano, y viceversa. A diferencia de esto, yo pierdo cada vez que
hablamos. Pierdo al intentar no hablarte y no conseguirlo, pierdo al mostrar
más interés en ti del que tú muestras en mí, pierdo un poco más a cada palabra.
Llámame niña pequeña que no soporta perder, el nombre que me
des es ya lo que menos me importa, sólo sé que quiero ganar, porque así
ganaremos los dos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario