No recuerdo cuánto hace
que no dejaba pasar las horas escuchándola Fuga, ni cuánto hace que no me
sentía así. Creo que me estoy acostumbrando a la inestabilidad y dudo que eso sea
algo bueno.
Recuerdo noches idénticas
a esta, sonando la misma canción, con el mismo calor agobiante, llevando la misma
camiseta tres tallas más grandes, fumando la misma marca de tabaco; pero un año
atrás, cuando mi mundo era poco menos que caótico. Eran otros ojos los que me
observaban desde el interior de mi cabeza, y otras palabras las que borraba sin
llegar a enviar. Otro balcón desde el que miraba la Luna esperando que algo
cambiara. Y ahora que todo cambia estoy como un gato callejero, a la espera de
que alguien venga a atacarme, siempre en tensión, sin poder disfrutar de la
libertad. Es como la calma que precede a la tempestad pero sin tempestad. Y sin
calma. Sólo un día a día corriente y moliente sin más altibajos que la elección
del bar para las cervezas nocturnas o el transporte para ir al concierto del
pueblo de al lado.
Realmente ese es el
problema, que no respiraré en paz hasta que pueda cantarle a las estrellas cada
noche desde una ventana distinta.