sábado, 20 de octubre de 2012

Paraisos perdidos.

Somos dos extraños en un bar, tú con tu chupa de cuero, yo con mi rubio artificial. Me miras y das un trago a tu copa, yo rebusco en mi bolso hasta dar con un cigarrillo. Sólo oigo la voz de Tom Meighan cantando 'Where did all the love go?' y el repiqueteo de mis botas a cada paso que doy. Me giro para hacerle un gesto al camarero y decirle que volveré, que sólo voy a fumarme un cigarro, y tú estás moviendo la cabeza al son de la música. Sonrío y cierro la puerta tras de mí. Había olvidado que llovía.

Oigo la puerta abrirse y pasos detrás de mí. Eres tú, con tu chupa de cuero sobre el hombro y los ojos grises mirando al infinito. Me miras, sonríes y te marchas, aún con la lluvia cayendo. Te despido con la mano. No te conozco de nada, pero me muero por saber qué había en el fondo de esa copa, qué ha llevado a esos ojos del mismo color del cielo a no saber dónde mirar y a esos labios rojos como mi vestido, que tanto me gusta, a sonreír tan forzadamente. Sólo eres una persona frágil con miedo a romperse, sólo eres un extraño bajo la lluvia. Espera, creo que estoy hablando de mí.

En el fondo de mi copa está nuestro amanecer durante aquella noche tan oscura, cuando el cielo era del mismo color que tu pelo y las nubes de poniente que se fueron con el crepúsculo del mismo color que mi carmín. Las largas horas que perdiste contando las pecas de mi cuerpo y contándome historia tras historia, narrándome cada una de tus aventuras. Aún recuerdo cada una de tus palabras, pero he olvidado el sonido de tu voz. Recuerdo tu bufanda alrededor de nuestros cuellos, "para que no pases frío, amor" me decías, y justo después me rodeabas con tu brazo.

Ya no hay más dolor, ya casi ni escuece. Es como cuando el mar se seca y sólo queda la sal en el fondo. Pero pasa lo que a las heridas cuando les echas sal, que queda marca.

No hay comentarios:

Publicar un comentario