Los dos hechos más importantes de 2011 han sido la crisis
global del capitalismo y los movimientos sociales en Túnez, Egipto, España,
Grecia, Israel, Chile, USA, GB…
La indignación ha
tomado una dimensión internacional
Las consecuencias de la crisis capitalista son muy duras
para la inmensa mayoría de la población mundial: deterioro de las condiciones
de vida, desempleo que se prolonga durante años, precariedad que hace imposible
la más mínima estabilidad vital, situaciones extremas de pobreza y hambre…
Millones de personas perciben con preocupación cómo se
esfuma la posibilidad de una “vida estable y normal”, de “un futuro para los
hijos”. Esto ha llevado a una profunda indignación, a romper la pasividad, a
tomar las calles y las plazas, a preguntarse sobre las causas de una crisis que
en su fase actual se prolonga por más de 5 años.
La indignación se ha agudizado por la arrogancia, codicia e
indiferencia hacia los sufrimientos de la mayoría con la que se comportan
banqueros, políticos y demás representantes de la clase capitalista. Pero
igualmente por la incompetencia que manifiestan los gobiernos ante los graves
problemas de la sociedad: sus medidas sólo aumentan la miseria y el desempleo
sin aportar ninguna solución.
El movimiento de indignación se ha extendido
internacionalmente. Ha surgido en España donde el gobierno socialista adoptó
uno de los primeros y más draconianos planes de austeridad; en Grecia, símbolo
de la crisis de la deuda soberana; en Estados Unidos, templo del capitalismo
mundial; en Egipto e Israel situados en cada uno de los frentes del peor y más
enquistado conflicto imperialista, el de Oriente Medio.
La conciencia de que se trata de un movimiento global
empieza a desarrollarse pese al lastre destructor del nacionalismo –presencia de
banderas nacionales en las manifestaciones de Grecia, Egipto o USA. En España
la solidaridad con los trabajadores en Grecia se expresó gritando <<Atenas
aguanta, Madrid se levanta>>. Los huelguistas de Oakland (USA,
noviembre 2011) decían <<Solidaridad
con el movimiento de ocupaciones a nivel mundial>>. En Egipto se
acordó la Declaración de El Cairo en apoyo al movimiento en Estados Unidos. En
Israel se gritaba <<Netanyahu,
Mubarak, El Assad, son lo mismo>> y se tomaba contacto con
trabajadores palestinos.
Actualmente lo más álgido de estos movimientos ha pasado y
aunque se apuntan nuevas luchas (España, Grecia, México) muchos se preguntan
¿para qué ha servido esa oleada de indignación? ¿Hemos ganado algo?
Es necesario hacer un balance viendo tanto lo positivo como
las debilidades y limitaciones.
¡Toma la plaza! Lema
común de todos los movimientos
Desde hace más de 30 años que no se veía a grandes
multitudes ocupando calles y plazas para intentar luchar por sus propios
intereses más allá de las ilusiones o confusiones que les haya podido afectar.
Estas gentes, los trabajadores, los explotados, a los que se
les pinta como unos fracasados indolentes incapaces de tener iniciativas ni de
hacer nada en común, han podido unirse, compartir iniciativas y romper la
pasividad agobiante a la que nos condena la normalidad cotidiana de este
sistema.
Ha sido una inyección de moral, el principio del desarrollo
de la confianza en su propia capacidad, empezar a descubrir la fuerza que da la
acción colectiva de masas. El escenario social está cambiando. El monopolio
sobre los asuntos públicos de políticos, expertos, “grandes hombres”, empieza a
ser puesto en cuestión por multitudes anónimas que quieren hacerse oír. Se
trata de un frágil punto de partida. Las ilusiones, las confusiones, los
inevitables vaivenes del estado de ánimo, la represión, las peligrosas
desviaciones impuestas por las fuerzas de encuadramiento con las que cuenta el
Estado Capitalista (los partidos de izquierda y los sindicatos), impondrán
pasos atrás, derrotas amargas. Se trata de un camino largo y difícil, sembrado
de obstáculos y donde no existe ninguna garantía de triunfo, el hecho mismo
de empezar a andar es la primera victoria.
Las Asambleas,
corazón del movimiento
Las muchedumbres no se han limitado a la postura pasiva de
gritar su malestar, han tomado la posición activa de organizarse en Asambleas.
Las Asambleas multitudinarias concretan el lema de la Primera Internacional
(1864) <<La emancipación de los
trabajadores será obra de los propios trabajadores o no será>>.
Se inscriben en la continuidad de la tradición del
movimiento obrero que arranca de la Comuna de París y toma su expresión más
elevada en Rusia (1905 y 1917), continuando en Alemania (1918), Hungría (1919 y
1956) y Polonia (1980).
Asambleas Generales y Consejos Obreros son la forma genuina
de organización de la lucha del proletariado y el núcleo de una nueva
organización de la sociedad.
Asambleas para unirse masivamente empezando a romper
las cadenas que más nos atan a la esclavitud asalariada: la atomización, el “cada
uno a la suya”, el encierro en el ghetto del sector o la categoría social.
Asambleas para pensar, discutir y decidir juntos,
hacerse colectivamente responsables de lo que se decide, participando todos
tanto en la decisión como en la ejecución de lo acordado.
Asambleas para construir la confianza mutua, la
empatía general, la solidaridad, los cuales no solamente son imprescindibles para llevar adelante la lucha sino que serán
los pilares de una futura sociedad sin clases ni explotación.
2011 ha visto una explosión de la auténtica solidaridad que
nada tiene que ver con la hipócrita e interesada “solidaridad” que nos
predican: manifestaciones en Madrid para liberar a los detenidos o impedir que
la policía detuviera a emigrantes; actos masivos contra los desahucios en España,
Grecia o Estados Unidos; en Oakland <<La
Asamblea de Huelga ha acordado enviar piquetes u ocupar cualquier empresa o
escuela que sancione a empleados o estudiantes de cualquier forma por
participar en la Huelga General del 2 de noviembre>>. Han podido vivirse momentos, todavía
episódicos, donde cualquiera puede sentirse arropado y defendido por sus semejantes,
lo que contrasta fuertemente con lo “normal” en esta sociedad que es un
angustioso sentimiento de indefensión y vulnerabilidad.
La cultura del debate,
la luz que ilumina el futuro
La conciencia necesaria para que millones de trabajadores
transformen el mundo no se adquiere recibiendo clases magistrales o consignas
geniales de jefes iluminados, es el fruto de una experiencia de lucha
acompañada y guiada por un debate masivo que analiza lo vivido teniendo en
cuenta el pasado pero enfocado siempre hacia el porvenir, pues como decía una
pancarta en España <<No hay futuro
sin revolución>>.
La cultura del debate, esto es, la discusión abierta que
parte del respeto mutuo y la escucha atenta, ha empezado a germinar no solamente
en las Asambleas sino alrededor de ellas: se han organizado bibliotecas
ambulantes, se han celebrado encuentros, charlas, intercambios… Una vasta
actividad intelectual con medios precarios ha sido improvisada en calles y
plazas. Y, como las Asambleas, esto ha significado reanudar con la experiencia
pasada del movimiento obrero <<La
sed de instrucción, tan largo tiempo refrenada, se convirtió con la revolución
en un verdadero delirio. Sólo del Instituto Smonly salieron cada día, durante
los seis primeros meses, toneladas de literatura, que, ya en carros, ya en
vagones, iban a saturar el país. Rusia absorbía, insaciable, como la arena
caliente absorbe el agua. Y no grotescas novelas, historia falsificada, religión
diluida o esa literatura barata que pervierte, sino teorías económicas y
sociales, filosofía, las obras de Tolstoi, de Gogol, de Gorki>>.
Frente a la cultura de esta sociedad que propone luchar por “modelos
de éxito” que son la fuente de millones de fracasos, contra los estereotipos
alienantes y falsificadores que martillea la ideología dominante y sus medios
de comunicación, miles de personas han empezado a buscar una auténtica cultura
popular, hecha por ellas mismas, tratando de animar un criterio propio, crítico
e independiente. Se ha hablado de la crisis y de sus causas, del papel de la
banca, etc. Se ha hablado de revolución, aunque en ese recipiente se hayan
vertido muchos líquidos, a veces confusos; se ha hablado de democracia y
dictadura, sintetizado en esos dos gritos complementarios: <<lo llaman democracia y no lo es>> y <<es una dictadura y no se ve>>.
Se ha dado los primeros pasos para que aparezca una
verdadera política de la mayoría, alejada del mundo de intrigas, mentiras y
turbias maniobras que caracteriza la política dominante. Una política que
aborda todos los sujetos que nos afectan, no sólo la economía o la política,
sino igualmente la destrucción del medio ambiente, la ética, la cultura, la
educación o la sanidad.
El proletariado tiene
la llave del porvenir
Si todo lo anterior hace de 2011 el año del principio de
la esperanza, hemos de echar una mirada lúcida y crítica sobre los
movimientos vividos, sus límites y debilidades que son, todavía, inmensos.
Si un número creciente de personas en todo el mundo se
convencen de que el capitalismo es un sistema obsoleto, que << para que
la humanidad pueda vivir, el capitalismo debe morir>>, se tiende a
reducir el capitalismo a un puñado de “malos” (financieros desaprensivos,
dictadores despiadados) cuando es una compleja red de relaciones sociales que
tiene que ser atacada en su totalidad y no dispersarse persiguiendo sus
múltiples y variopintas manifestaciones (las finanzas, la especulación, la
corrupción de los poderes político-económicos).
Si está más que justificado el rechazo a la violencia que el
capitalismo exuda por todos sus poros (represión, terror y terrorismo, barbarie
moral), este sistema no podrá ser abolido por una mera presión pacífica y
ciudadana. La clase minoritaria no abandona voluntariamente el poder y se
parapeta en un Estado que en su versión democrática se legitima con elecciones
cada 4 o 5 años, con unos partidos que prometen lo que nunca hacen y hacen lo
que nunca habían dicho, y con unos sindicatos que movilizan para desmovilizar y
acaban firmando todo lo que la clase dominante les pone sobre la mesa.
Solamente una lucha masiva, tenaz y porfiada, podrá dar a los explotados la
fuerza necesaria para destruir los medios de aplastamiento con que cuenta el
Estado y hacer realidad el grito muy repetido en España de <<Todo el poder a las asambleas>>.
Aunque el eslogan de <<somos
el 99% frente al 1%>>, tan popular en el movimiento de ocupaciones de
Estados Unidos, revela un principio de comprensión de las sangrantes divisiones
de clase que nos afectan, la mayoría de los participantes en las protestas se
han visto como “ciudadanos de pie” que quieren ser reconocidos dentro de una
sociedad de “ciudadanos libres e iguales”.
Sin embargo, la sociedad está dividida en clases, una clase
capitalista que lo tiene todo y no produce nada, y una clase explotada –el proletariado-
que lo produce todo y tiene cada vez menos. El motor de la evolución social no
es el juego democrático de la “decisión de una mayoría de ciudadanos” (este
juego es más bien la máscara que encubre y legitima la dictadura de la clase dominante)
sino la lucha de clases.
El movimiento social necesita articularse alrededor de la
lucha de la principal clase explotada – el proletariado- quien produce
colectivamente las principales riquezas y asegura el funcionamiento de la vida
social: fábricas, hospitales, escuelas, universidades, oficinas, puertos,
obras, correos. En algunos movimientos en 2011 ha empezado a verse su fuerza:
la oleada de huelgas que estalló en Egipto que obligó a prescindir de Mubarak.
En Oakland (California) los “occupiers” convocaron una huelga general, yendo al
puerto y consiguiendo el apoyo activo de trabajadores portuarios y camioneros.
En Londres los electricistas en huelas y los ocupantes de Saint Paul convergieron
en acciones comunes. En España, las asambleas en la plaza y ciertos sectores en
lucha tendieron a unificarse.
No existe oposición entre la lucha de clase del proletariado
moderno y las necesidades profundas de las capas sociales expoliadas por la
opresión capitalista. La lucha del proletariado no es un movimiento particular
o egoísta sino la base del <<movimiento
independiente de la inmensa mayoría en beneficio de la inmensa mayoría>>
(Manifiesto Comunista).
Retomando de manera crítica las
experiencias de dos siglos de lucha proletaria, los movimientos actuales podrán
beneficiarse de los intentos pasados de lucha y liberación social. El camino es
largo y erizado de enormes obstáculos, de ello daba cuenta la consigna tan
repetida en España <<No es que
vamos despacio, es que vamos muy lejos>>. Llevando un debate lo más
amplio posible, sin ninguna restricción ni cortapisa, para preparar
conscientemente nuevos movimientos se podrá hacer realidad que OTRA SOCIEDAD ES
POSIBLE DISTINTA DEL CAPITALISMO.
Ante todo decir que esto no es obra mía, es todo sacado de
un folleto informativo que repartieron en la Asamblea de La plaça dels
indignats de Valencia el día 15 de mayo y que he querido compartir con todo
aquel que quiera leerlo.
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