martes, 8 de mayo de 2012

Y perder el miedo a quedar como una idiota.

Siempre se ha dicho que después de una tormenta viene la calma, una bonita metáfora para mantener la esperanza cuando la vida no quiere otra cosa más que joderte.

Llaman a la puerta, el eco de la escalera hace que el «toc, toc» suene más veces de las que debería. Un pequeño muchacho, como de unos seis años, todo inocencia, se dirige a abrir.
«¿Quién es?»  pregunta con curiosidad. Desde fuera se escucha la voz de un chico bastante más mayor respondiendo que trae una pizza, pero con un tono monótono, como quién está cansado de repetir la misma frase en cada lugar al que va, pura rutina, aburrida rutina.
Una vez le ha dado la pizza, el repartidor extiende la mano, esperando recibir su dinero, pero el niño le cierra la puerta. El chico llama y llama a la puerta, quiere su dinero, grita que le abra, pero conforme van pasando los minutos va quedando más y más claro que el niño, aquél que parecía tan inocente, no planea volver a abrir la puerta. Resignado, el pizzero decide marcharse. «Suele pasar, qué se le va a hacer
 Esto tiene de todo menos sentido, lo sé.

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