Llaman a la puerta, el eco de la escalera hace que
el «toc, toc» suene más veces de las que debería. Un pequeño muchacho,
como de unos seis años, todo inocencia, se dirige a abrir.
«¿Quién es?» pregunta con curiosidad.
Desde fuera se escucha la voz de un chico bastante más mayor
respondiendo que trae una pizza, pero con un tono monótono, como quién
está cansado de repetir la misma frase en cada lugar al que va, pura
rutina, aburrida rutina.
Una vez le ha dado la pizza, el repartidor extiende
la mano, esperando recibir su dinero, pero el niño le cierra la puerta.
El chico llama y llama a la puerta, quiere su dinero, grita que le
abra, pero conforme van pasando los minutos va quedando más y más claro
que el niño, aquél que parecía tan inocente, no planea volver a abrir la
puerta. Resignado, el pizzero decide marcharse. «Suele pasar, qué se le va a hacer.»
Esto tiene de todo menos sentido, lo sé.
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