La memoria del perfume es eterna, aunque a penas perceptible.
Es como esos recuerdos de los que sólo eres capaz de recordar ciertas partes, a
pesar de saber que están ahí, inamovibles, pero escondidos tras un velo, tal vez
de duda, tal vez de miedo, probablemente de indiferencia.
Un objeto, tan sencillo como un botellín de vidrio de Coca
Cola, que puede llevar detrás tantos recuerdos, el aroma del pasado, aunque a
simple vista parezca simple basura. Las
cosas más pequeñas son las que más recuerdos son capaces de contener –me decían. Ahora lo creo.
Somos como gigantes, peleando encima de un mundo donde todo
es pequeño, o tal vez es que nosotros mismos nos creemos gigantes, y no somos
más que minúsculos insectos creyendo ser algo, creyendo ser alguien.
Calada tras calada, trago tras trago, esto cada vez me
parece más una pelea de súper-hombres y no de insectos; todo lo que hay a mi
alrededor ya me parece insignificante, aunque en el fondo sé que yo soy tan
insignificante como ellos.
Vivimos en un mundo lleno de gigantes, y en cualquier
momento podemos ser aplastados por cualquiera de éstos.
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